sábado, 26 de julio de 2008

Cambiemos de conversación

Inesperadamente, el interés por la política ha retornado entre nosotros. Nada nos asegura, aún, que este interés masivo por la política sea algo más que una reacción espasmódica frente al conflicto por las retenciones a las exportaciones agrícolas. Y es muy probable que efectivamente lo sea, si el discurso y la acción políticas no superan los lugares comunes que hacen elevar el tono de los adjetivos pero no el volumen de las ideas.
Es hora de escuchar, entender y amplificar otras conversaciones; de tomar en serio la broma de Joyce: si no podemos cambiar la realidad, cambiemos de conversación. Mucho más ahora, que la realidad ha cambiado tanto.
Nuevos temas y formas de conversación alentadas por instituciones y dirigentes –no solamente políticos–, conscientes de que ya no vivimos en ese feroz siglo XX que necesitó, idolatró y derribó líderes políticos blindados, con talante y alma de guerreros.
Fueron tiempos de ideologías sólidas, asertivas y con respuestas para todo; de luchas para consolidar los Estados-nación; de seductoras utopías que diseñaban nuevos y buenos mundos que, sin embargo y tantas veces, terminaron en holocaustos, fascismos, perversos cultos a la personalidad, aventuras fraticidas y sofisticadas formas de aniquilamiento.
Bien mirado, no hay demasiado para añorar de las grandes certezas e ideologías del siglo XX, pero el mundo se movió en la dirección que le imprimieron esos liderazgos.
Más adelante, cuando empezaron a deshilacharse los grandes relatos emancipadores –y con ello la necesidad de líderes que todo lo sabían y todo lo podían–, apareció un tipo de líder político cuyas cualidades lo emparentaban, como lo describió el checo Milan Kundera, con un bailarín: moviéndose un poco a la derecha y otro poco a la izquierda, pero siempre políticamente correcto. Un verdadero progre. Delicado, indignado y ansioso por lograr el aplauso de las almas bellas y bien pensantes, que ni son bellas ni piensan bien, pero se sienten demasiado buenas para este mundo demasiado malo. Líderes cuyo anhelo consistía en ir de una punta a la otra del escenario sin dejar ninguna huella, pero muy atentos a que el reflector los iluminara todo el tiempo. Con una sonora denuncia, o una oportuna renuncia, siempre a flor de piel.
Ya se sabe lo que sucedió después: el porvenir que tarda demasiado, el fin de siglo con caída de certezas, pero sin final de la historia.
Siempre nos sedujo la idea de ser contemporáneos del comienzo de una nueva era; pero esta vez todo indica que lo somos: el desarrollo exponencial de la ciencia y la tecnología han extendido las fronteras y la circulación del conocimiento, generando nuevos hábitos, nuevos deseos y nuevas formas de intercambiar bienes materiales y simbólicos.
Son muchos –y serán más– los que organizan sus vidas, intentan sus disfrutes y hacen saber sus reclamos de manera distinta a la habitual. Ya no necesitan de líderes con armadura que les digan adónde y cómo ir, sino de otros, más curiosos y humildes, que averigüen, y a su vez iluminen, cómo es ese nuevo mundo que se está modelando en un lugar distinto al habitual.
Se está modelando más en la cabeza de los Google o YouTube boys, que en la del próximo presidente de los EE.UU., aun si, como muchos deseamos, ganara Obama, que parece encarnar este nuevo tipo de liderazgo; y, entre nosotros, se está modelando en los laboratorios de biotecnología que nos están permitiendo un salto en cantidad y calidad de nuestra producción agrícola-ganadera; en los talentos innovadores de los diseñadores y artistas porteños, que explican mejor que las ventajas del tipo de cambio el aluvión de turistas extranjeros que aún siguen visitando nuestra ciudad, a pesar de los vaivenes de la coyuntura.
El líder curioso, y a la vez inspirador, que puede hacer la diferencia entre una sociedad estática y otra que se desarrolla, acepta compartir protagonismo con las multitudes que inventan nuevas prácticas sociales; con los creadores y con las tribus urbanas, que exploran y se apropian de las virtudes del uso masivo de la interconectividad; con los productores del campo y los investigadores de la ciudad que impulsan y aprovechan los avances de la biotecnología, para mencionar sólo algunas de las cosas que están modelando la nueva época.
Edificar una nación desarrollada, justa y libre será siempre una tarea colosal. La acción política, tal como muchos la concebimos, debe seguir orientada a la creación y perfeccionamiento de los mecanismos de transferencia y distribución, a todo el pueblo, de lo nuevo que se piensa, se inventa y se produce para el uso y mejoramiento de la vida de las personas. Sucede que ahora, para lograr que la palabra política vuelva a ser la inspiradora de la fuerza social multitudinaria que lo haga posible, tiene que entender y representar lo nuevo que se está haciendo y deseando.
Los bienes que producimos, consumimos o anhelamos, y los valores simbólicos que nos organizan como sociedad son muy distintos a los que producimos, intercambiamos y por los que luchamos en todo el siglo XX. Y es por eso que sus categorías de análisis no nos convencen, no nos convienen, o ambas cosas a la vez.
Saber oír las nuevas voces, e interconectarlas, es una virtud política. Lo que nosotros llamamos desorden y caos, otros, y sobre todo los más jóvenes, lo viven como natural y lo dominan sin buscar sus referencias en donde nosotros las tomábamos. Prestemos oídos a esas voces del mañana. Cambiemos de conversación.

Artículo publicado hoy en la sección Ideas de Diario Perfil.

sábado, 21 de junio de 2008

Paremos a tiempo

Lo que sigue es el texto completo del artículo publicado hoy en el diario Perfil. Salvo las líneas iniciales, el texto original fue escrito hace varias semanas, antes aún de que estallara el conflicto por el aumento a las retenciones a las exportaciones agropecuarias. En estos tiempos de posiciones extremas, de gritos sin contenidos y confrontación exacerbada, creo que es oportuno revisar nuestras apatías, silencios, entusiasmos delirantes o fervorosas irresponsabilidades de nuestro pasado reciente. Sin intención moralizadora ni culposa, sino para encontrar pistas que nos ayuden a evitarnos una nueva caída a la que nos empuja una enraizada incapacidad nacional para resolver conflictos con el menor costo posible.

PARAR A TIEMPO
Tiempos nuevamente enrarecidos. Consignas altisonantes y propuestas de una frase para resolver problemas complejos. Un lenguaje cada vez más blindado circula no solamente entre la dirigencia política -adelantando climas electorales en los que solemos perder el decoro- sino en las conversaciones sociales o en el universo de los blogs. Se leen y escuchan demenciales expresiones de deseos que van casi desde el magnicidio hasta la necesidad de aniquilar a una supuesta antipatria, pasando por exabruptos tales como el inevitable derrumbe institucional o la agazapada conspiración golpista.
Como si viviésemos las vísperas de una guerra, aún latente pero fatal, son muchos los que creen que es imperativo decidir, y expresar, de qué lado se está.
Otros creemos, simplemente, que nos estamos volviendo locos.
La actual coyuntura internacional -el aumento exponencial de la demanda, y de los precios, de los alimentos, la energía y las materias primas- es generadora de crisis potenciales en todo el mundo. En algunos países, sus líderes –y no solamente sus dirigencias política- sabrán convertir esa crisis en una buena oportunidad. Que en nuestro país no convirtamos esta oportunidad en una crisis no es solamente cuestión de gobernantes, aun si al gobierno le cabe siempre una mayor responsabilidad.
Para ello, el único imperativo que tenemos es parar a tiempo, calmarnos, respirar hondo. Algo que, repasando nuestra historia, debemos reconocer que no siempre hemos sabido hacer.
Cierta pereza intelectual, o el simple rechazo colectivo a considerar cuánta responsabilidad individual tenemos en el estado de las cosas, puede llevarnos a pensar que los momentos más oscuros de nuestro pasado fueron producto, exclusivo y excluyente, del Espíritu de la Epoca.
Evitemos las miradas autocomplacientes y recordemos que ningún país está condenado ni al éxito, ni a la caída inexorable en los abismos a los que, cíclicamente, sabemos aventurarnos. Siempre es oportuno recordarlo; mucho más ahora, que sentimos que el aire comienza a ponerse un poco más espeso.
Sin duda hubo espíritu de la época en los agónicos años setentas, en los confusos ochentas, en los ilusos noventas…pero ninguna época nos pidió tanto. Los valores y creencias de cada época nos influyen, pero no nos obligan. Hubo muchos momentos, en nuestro pasado no tan lejano, en los que no reaccionamos con inteligencia, o al menos prudencia, frente a señales contundentes de descomposición. En lugar de ello creímos que se podía transar, acomodarnos lo mejor posible y esperar que un golpe de suerte o de astucia nos sacara, indemnes, de la locura.
Revistar nuestra historia reciente, sin melancolías ni culpas, pero asumiendo la parte de responsabilidad que nos toca a cada uno nos puede evitar la tentación, tan a la moda, de inventarnos un pasado heroico que no nos sirve de nada excepto para justificarnos, y, lo que es más importante, nos puede hacer reaccionar frente a síntomas del presente, en vez de compadecernos de nosotros mismos en el futuro.
La nuestra, como la de todos, es una historia de corsi e ricorsi, con momentos bastante luminosos y otros siniestramente oscuros, pero podríamos convenir que hasta los años sesentas cada generación de argentinos vivió en mejores condiciones económicas, sociales y culturales que las precedentes. Reparemos, entonces, en algunos episodios posteriores.
En los años setentas, con la guerra fría entre EEUU y la Unión Soviética de telón de fondo, todos queríamos arrancar de cuajo un orden social que sentíamos terriblemente injusto (aunque convengamos que, en nuestro país, no era tan injusto como, por ejemplo, en Nicaragua o Mozambique. Y lo sabíamos). Los principios del socialismo, presentados de diversas y, muchas veces, rústicas maneras, se colaban en todos los pensamientos y prácticas políticas de las multitudes movedizas y politizadas de la época.
Confrontábamos diferentes, o antagónicas, representaciones del mundo y creíamos en diferentes formas de organizarlo social, política y económicamente. En toda nuestra región, en el mismo Cono Sur, se cruzaron las conciencias y deseos de una generación justiciera y bienintencionada, aunque también aventurera e irresponsable, con poderes cívico-militares reaccionarios y crueles. Sin embargo, en ningún otro país un relato costumbrista sobre esos años pudo describir una escena como la final de No habrá más penas ni olvidos, de Osvaldo Soriano –dos enemigos ideológicos disparándose, uno al otro, al grito de Viva Perón-; locura que anunciaban otras infinitamente peores, la de los 30.000 desaparecidos o la perversión infinita del robo de bebés nacidos en cautiverio.
Comenzado los ochentas, aún muchos países de la región eran gobernados por militares que comenzaban a debilitarse frente a la ola democratizadora del incipiente Espíritu de la Época. Sin embargo, ninguno de esos gobiernos, tratando de aguantar un tiempito más en el poder, tramitó un reclamo justo como nuestros derechos soberanos sobre las Islas Malvinas declarándole la guerra a la OTAN, la alianza militar más poderosa de la historia de Occidente. Humillación, locura y muerte, cuando nadie lo esperaba ni nada lo exigía.
Esos ochentas, en términos económicos, fueron la década perdida y del crecimiento exponencial de las deudas externas de todos los países de la región, pero en la Argentina, a diferencia de nuestros vecinos, esa deuda superó el PBI.
Esos desequilibrios macroeconómicos fueron la causa de los descalabros de toda la región, aunque solamente en nuestro país se desataron no una, sino dos hiperinflaciones, del 2.000%, 3.000%, anualizadas.
El remedio criollo, sin demasiados antecedentes a escala planetaria, fue fijarle a nuestra moneda el mismo valor que el dólar, la unidad monetaria de la mayor potencia económica de la historia. Y como el remedio estabilizó al enfermo, decidimos extenderlo eternamente, más allá de los avatares financieros, comerciales y productivos de dos economías, la nuestra y la de EEUU., abismalmente distintas.
La maza tenaz del final de la guerra fría acababa de demoler el Muro de Berlín y lo que quedaban de los relatos emancipadores y socializantes. Comienza una etapa de liberalismo revisitado en todo el mundo, con particular énfasis en nuestro hemisferio, orientada por un texto canónico: el Consenso de Washington, en el que los países se comprometían, entre otros puntos, a modernizar sus estructuras estatales, en general deficientes, reduciendo la participación del Estado en la economía para dar mayor lugar a la iniciativa privada y a las inversiones extranjeras. Sin embargo, en ningún otro país se privatizaron y transnacionalizaron todos los servicios públicos, ni se eliminaron otros imprescindibles como los trenes, o se enajenaron los recursos naturales estratégicos como el petróleo y el agua como sí lo hicimos nosotros.
Hacia comienzos del milenio, cuando un café en Buenos Aires ya costaba el doble en dólares que en Nueva York, la ilusión terminó, y la medicina fue confiscar los depósitos bancarios, por segunda vez en una década. Quiebras, crecimiento geométrico de la pobreza y una crisis institucional, política y social que dejó marcas aún visibles.
Pocos años después de la hecatombe, políticas locales acertadas y un escenario internacional favorable mediante, nuestro país, nuevamente, comenzó una etapa de recuperación económica que acompaña, y a veces supera, a la de toda la región. Esta recuperación coincide con el comienzo de una nueva era a escala planetaria, sobre la cual solamente tenemos algunas pistas y pocas certezas. Una de esas pistas, en el nivel de las nuevas realidades materiales, es la formidable modificación de los términos de intercambio comercial producto del aumento geométrico de la demanda de alimentos. La humanidad entera seguirá durante mucho tiempo atravesada por esta nueva realidad demandante de alimentos y energía, como pocas veces hemos visto, y en la que la Argentina tiene mucho por decir y hacer. Cada país, cada sociedad lo procesará de distinto modo, sin dudas. El nuevo espíritu de la época, el que se está gestando, estará teñido también del color de esta disputa.
La época nos mete de lleno en esa problemática, pero su espíritu, como siempre, no nos obliga ni a la racionalidad ni a la locura. Deberíamos encontrar las maneras de tramitar el actual y los futuros e inevitables conflictos que toda sociedad tiene, prefiriendo inclusive sentarnos en la silla del ingenuo que cree que los otros también persiguen el bien común, en vez de tentarnos, como otras veces, en épicas de tiro corto, que mañana nos harán repetir como pavotes que la enésima caída libre de la Argentina fue culpa de la crisis mundial de alimentos.
Detenernos a tiempo no es solamente responsabilidad de los que hoy se hacen ver en la pelea.

martes, 13 de mayo de 2008

Como decíamos ayer

Acá estoy, nuevamente, retomando un diálogo interrumpido, a la espera de que ustedes también lo hagan.
Al dejar el gobierno, imaginé que cinco meses después estaríamos en una situación distinta a la que hoy vivimos: sin la crispación habitual de los años electorales a nivel nacional, y con el dinamismo que suele tener toda nueva administración a nivel local. Nos imaginaba, a todos, menos enojados y más entretenidos.
Me temo que si seguimos avanzando en esta espiral de crispación, la palabra sensata y la actitud moderada parecerán veleidades extravagantes. Los climas exasperados nos han conducido -demasiadas veces como para olvidarlo-, a la falacia binaria, a creer que la sociedad se divide en dos bandos y que es imprescindible estar en uno u otro, a sostener que todo está condenadamente mal o todo es revolucionariamente bueno y a abandonar la inteligencia de tener opiniones, ideas o reflexiones –muchas y diversas-sobre la vasta realidad.
Por esto mismo, y para recordarme y recordarnos que nuestro futuro no se juega, afortunadísimamente, en la opción Luis D’Elía/Cecilia Pando, elijo recomenzar este diálogo con ustedes evocando un episodio supuestamente menor: la invitación que me hizo Macri para reinaugurar, juntos, el Puente La Noria, obra licitada y comenzada durante nuestra gestión.
Francamente, no me interesa averiguar las verdaderas motivaciones de esa invitación. Las intenciones ocultas o las razones personales no cuentan a la hora de analizar una acción política ni a quién la lleva a cabo. Si es correcta, poco importa si lo hizo despojado de todo interés personal o para mejorar su imagen. Saber si el gobernante hace las cosas bien porque entiende que es su obligación, o porque le gusta que lo quieran, es absolutamente irrelevante.
Macri, en medio de este clima enrarecido que vivimos, creyó oportuno invitarme a inaugurar el puente y comentar que se había construido durante nuestra gestión. Actitud Buenos Aires, habríamos dicho en nuestro gobierno; como también lo fue el aceptar el convite. Nada más, y nada menos, que un hecho civilizado.
Mis diferencias con Macri, las críticas que me merecen su gestión y sus opiniones no han cambiado por ese hecho. Las iré comentando aquí y en otros espacios de opinión y construcción política que se vayan presentando.
Civilizado fue el hecho de invitarme, y civilizado también es que eso no me impide opinar que su gestión, hasta ahora, me parezca opaca.
Opaca y, en varios aspectos, ineficaz; como en el descuidado espacio público, cuyo deterioro verificamos día a día en parques, plazas y paseos. Más que rasgarse las vestiduras por las conductas desaprensivas de cierta gente, el actual gobierno debería invertir en el mantenimiento de esos lugares y en campañas de promoción de valores comunitarios y actitudes individuales, como con las que nosotros machacábamos casi hasta el hartazgo.
Estar con Macri en el acto de Puente La Noria no me impide señalar que sus mismos electores perciben que la ciudad está cada vez más sucia porque, entre otras cosas, no se avanzó en el programa de contenedores de basura que comenzamos nosotros y que demostró una gran eficacia.
Cortar la cinta de inauguración de una obra que nosotros comenzamos y ellos continuaron no me impide señalar la caída significativa de la actividad cultural en la ciudad, el abandono del interés de Estado en las industrias culturales o el cuidado del Patrimonio Histórico, motor al mismo tiempo del dinamismo social y el crecimiento económico de la Ciudad.
Mi presencia en el acto del jueves pasado no cambia mi opinión sobre lo poco y nada que se ha hecho en estos cinco meses en términos de infraestructura escolar a pesar de contar con los recursos económicos y jurídicos necesarios, de igual forma que no se ha avanzado en ampliación de los horarios de atención hospitalaria que nosotros comenzamos, luego de 20 años de que no se hiciera nada en la materia.
Son muchas las ideas y valores, contenidas en sus acciones de gobierno, que me separan de Macri. Darlas a conocer son parte de las obligaciones que tiene quién, como yo, ha decidido tener una palabra pública y política. Pero siempre, y mucho más en tiempos exasperados como éstos, preferiré hacerlo sin esa pose de falsa y gritona indignación que afecta algún opositor, tan mediocre hoy, en su rol de eterno fiscal, como ayer, cuando le tocó gobernar.
Me detengo aquí para leer sus comentarios y poder continuar, ahora sí, con este diálogo interrumpido.

viernes, 7 de marzo de 2008

Consecuencias de la mezquindad política

Ya pasaron dos meses desde mi última aparición por aquí.
Me había propuesto, porque creo que es lo correcto, dejar pasar un tiempo prudencial antes de volver a emitir mis opiniones políticas sobre la ciudad.
Se están cumpliendo tres meses desde que dejé el gobierno, y ahora sí creo que corresponde hacer públicas, y discutir con ustedes, mis posiciones sobre lo que está sucediendo en la ciudad en general, no solamente sobre las políticas del nuevo gobierno.
Habrá cosas para proponer, para criticar y también, seguramente, para apoyar; porque en relación esto último, a la habitual y necia obstinación de rechazar todo lo que hace o dice tu adversario político, es a lo que se refiere este artículo.
Celebro absolutamente la iniciativa del gobierno porteño de presentar un plan de seguridad basado en la creación de un cuerpo de policía propio. Estoy de acuerdo, asimismo, con la mayoría de los puntos del borrador que está circulando acerca de las características que debería tener la Policía Porteña.
Pero me apena que por mezquindad política hayan rechazado este plan cuando mi gobierno lo presentó hace exactamente un año. Un año, en el cual la organización de la fuerza y la creación del instituto policial podrían haber comenzado a dar sus primeros pasos.
Exactamente el 30 de marzo de 2007, en un acto realizado en el Teatro San Martín, anuncié el llamado a la Consulta Popular para la creación de una policía propia. Una policía comunal con las mismas características que, según los borradores mencionados, tendrá ahora la fuerza policial que propone el PRO.
Ya lo decíamos en su momento, estábamos trabajando en la adaptación a nuestras particularidades, experiencias exitosas como la de la ciudad de Madrid, con la que incluso ya habíamos firmado acuerdos de cooperación.
De todas maneras, bienvenida la iniciativa, en la medida en que realmente se haga cierta, con formación de los efectivos en institutos propios, con interacción con la UBA para la enseñanza de materias no específicamente policiales, y otra serie de características que será bueno discutir, criticar o apoyar por más que la haga el adversario político.
Hoy se pone en evidencia que efectivamente había que crear una fuerza local, tal como lo reclamábamos. Sabemos que sabían que era lo que había que hacer, pero hay que tener agallas para apoyar una idea ajena.
Se perdió más de un año; los porteños lo perdimos. Ahora hay que hacerlo.

Pasen y vean:
http://www.buenosaires.gov.ar/areas/gobierno/noticias/?modulo=ver&item_id=18256&contenido_id=18315&idioma=es

viernes, 4 de enero de 2008

Despidos en la Ciudad

Se ha hablado siempre, y muy particularmente los últimos tiempos, acerca de los supuestos “ñoquis” existentes en las dependencias del Gobierno de la Ciudad.
Durante mi gestión, nunca se ha incorporado gente al gobierno que no fuera destinada a una tarea especifica y verificable.
Bajo ningún aspecto ha habido nombramientos de personas que no hayan servido al Estado, con tareas verificables por sus superiores.
El caso más contundente y numeroso es el que llevamos a cabo en los hospitales de la ciudad: 4500 nombramientos que no se realizaban hace más de una década y que todo el mundo reclamaba y aun las nuevas autoridades reconocían y reconocen como necesarios.
Mi gobierno ha dado un fuerte impulso a la carrera administrativa, a la vez que pusimos en regla miles de nombramientos precarios y regresivos, que eran contrarios a los derechos básicos de los trabajadores.
Creo fervientemente en los concursos y la profesionalización del cuerpo que trabaja en el Estado. Son el camino más idóneo para lograr que la ciudad tenga servicios eficaces y agentes correctamente capacitados.
Ojala este tema sea resuelto sin prejuicios ideológicos ni slogans fáciles. Ojala que el diálogo y la cordura prevalezcan ante todo.