Cambiemos de conversación
Inesperadamente, el interés por la política ha retornado entre nosotros. Nada nos asegura, aún, que este interés masivo por la política sea algo más que una reacción espasmódica frente al conflicto por las retenciones a las exportaciones agrícolas. Y es muy probable que efectivamente lo sea, si el discurso y la acción políticas no superan los lugares comunes que hacen elevar el tono de los adjetivos pero no el volumen de las ideas.
Es hora de escuchar, entender y amplificar otras conversaciones; de tomar en serio la broma de Joyce: si no podemos cambiar la realidad, cambiemos de conversación. Mucho más ahora, que la realidad ha cambiado tanto.
Nuevos temas y formas de conversación alentadas por instituciones y dirigentes –no solamente políticos–, conscientes de que ya no vivimos en ese feroz siglo XX que necesitó, idolatró y derribó líderes políticos blindados, con talante y alma de guerreros.
Fueron tiempos de ideologías sólidas, asertivas y con respuestas para todo; de luchas para consolidar los Estados-nación; de seductoras utopías que diseñaban nuevos y buenos mundos que, sin embargo y tantas veces, terminaron en holocaustos, fascismos, perversos cultos a la personalidad, aventuras fraticidas y sofisticadas formas de aniquilamiento.
Bien mirado, no hay demasiado para añorar de las grandes certezas e ideologías del siglo XX, pero el mundo se movió en la dirección que le imprimieron esos liderazgos.
Más adelante, cuando empezaron a deshilacharse los grandes relatos emancipadores –y con ello la necesidad de líderes que todo lo sabían y todo lo podían–, apareció un tipo de líder político cuyas cualidades lo emparentaban, como lo describió el checo Milan Kundera, con un bailarín: moviéndose un poco a la derecha y otro poco a la izquierda, pero siempre políticamente correcto. Un verdadero progre. Delicado, indignado y ansioso por lograr el aplauso de las almas bellas y bien pensantes, que ni son bellas ni piensan bien, pero se sienten demasiado buenas para este mundo demasiado malo. Líderes cuyo anhelo consistía en ir de una punta a la otra del escenario sin dejar ninguna huella, pero muy atentos a que el reflector los iluminara todo el tiempo. Con una sonora denuncia, o una oportuna renuncia, siempre a flor de piel.
Ya se sabe lo que sucedió después: el porvenir que tarda demasiado, el fin de siglo con caída de certezas, pero sin final de la historia.
Siempre nos sedujo la idea de ser contemporáneos del comienzo de una nueva era; pero esta vez todo indica que lo somos: el desarrollo exponencial de la ciencia y la tecnología han extendido las fronteras y la circulación del conocimiento, generando nuevos hábitos, nuevos deseos y nuevas formas de intercambiar bienes materiales y simbólicos.
Son muchos –y serán más– los que organizan sus vidas, intentan sus disfrutes y hacen saber sus reclamos de manera distinta a la habitual. Ya no necesitan de líderes con armadura que les digan adónde y cómo ir, sino de otros, más curiosos y humildes, que averigüen, y a su vez iluminen, cómo es ese nuevo mundo que se está modelando en un lugar distinto al habitual.
Se está modelando más en la cabeza de los Google o YouTube boys, que en la del próximo presidente de los EE.UU., aun si, como muchos deseamos, ganara Obama, que parece encarnar este nuevo tipo de liderazgo; y, entre nosotros, se está modelando en los laboratorios de biotecnología que nos están permitiendo un salto en cantidad y calidad de nuestra producción agrícola-ganadera; en los talentos innovadores de los diseñadores y artistas porteños, que explican mejor que las ventajas del tipo de cambio el aluvión de turistas extranjeros que aún siguen visitando nuestra ciudad, a pesar de los vaivenes de la coyuntura.
El líder curioso, y a la vez inspirador, que puede hacer la diferencia entre una sociedad estática y otra que se desarrolla, acepta compartir protagonismo con las multitudes que inventan nuevas prácticas sociales; con los creadores y con las tribus urbanas, que exploran y se apropian de las virtudes del uso masivo de la interconectividad; con los productores del campo y los investigadores de la ciudad que impulsan y aprovechan los avances de la biotecnología, para mencionar sólo algunas de las cosas que están modelando la nueva época.
Edificar una nación desarrollada, justa y libre será siempre una tarea colosal. La acción política, tal como muchos la concebimos, debe seguir orientada a la creación y perfeccionamiento de los mecanismos de transferencia y distribución, a todo el pueblo, de lo nuevo que se piensa, se inventa y se produce para el uso y mejoramiento de la vida de las personas. Sucede que ahora, para lograr que la palabra política vuelva a ser la inspiradora de la fuerza social multitudinaria que lo haga posible, tiene que entender y representar lo nuevo que se está haciendo y deseando.
Los bienes que producimos, consumimos o anhelamos, y los valores simbólicos que nos organizan como sociedad son muy distintos a los que producimos, intercambiamos y por los que luchamos en todo el siglo XX. Y es por eso que sus categorías de análisis no nos convencen, no nos convienen, o ambas cosas a la vez.
Saber oír las nuevas voces, e interconectarlas, es una virtud política. Lo que nosotros llamamos desorden y caos, otros, y sobre todo los más jóvenes, lo viven como natural y lo dominan sin buscar sus referencias en donde nosotros las tomábamos. Prestemos oídos a esas voces del mañana. Cambiemos de conversación.
Artículo publicado hoy en la sección Ideas de Diario Perfil.
Es hora de escuchar, entender y amplificar otras conversaciones; de tomar en serio la broma de Joyce: si no podemos cambiar la realidad, cambiemos de conversación. Mucho más ahora, que la realidad ha cambiado tanto.
Nuevos temas y formas de conversación alentadas por instituciones y dirigentes –no solamente políticos–, conscientes de que ya no vivimos en ese feroz siglo XX que necesitó, idolatró y derribó líderes políticos blindados, con talante y alma de guerreros.
Fueron tiempos de ideologías sólidas, asertivas y con respuestas para todo; de luchas para consolidar los Estados-nación; de seductoras utopías que diseñaban nuevos y buenos mundos que, sin embargo y tantas veces, terminaron en holocaustos, fascismos, perversos cultos a la personalidad, aventuras fraticidas y sofisticadas formas de aniquilamiento.
Bien mirado, no hay demasiado para añorar de las grandes certezas e ideologías del siglo XX, pero el mundo se movió en la dirección que le imprimieron esos liderazgos.
Más adelante, cuando empezaron a deshilacharse los grandes relatos emancipadores –y con ello la necesidad de líderes que todo lo sabían y todo lo podían–, apareció un tipo de líder político cuyas cualidades lo emparentaban, como lo describió el checo Milan Kundera, con un bailarín: moviéndose un poco a la derecha y otro poco a la izquierda, pero siempre políticamente correcto. Un verdadero progre. Delicado, indignado y ansioso por lograr el aplauso de las almas bellas y bien pensantes, que ni son bellas ni piensan bien, pero se sienten demasiado buenas para este mundo demasiado malo. Líderes cuyo anhelo consistía en ir de una punta a la otra del escenario sin dejar ninguna huella, pero muy atentos a que el reflector los iluminara todo el tiempo. Con una sonora denuncia, o una oportuna renuncia, siempre a flor de piel.
Ya se sabe lo que sucedió después: el porvenir que tarda demasiado, el fin de siglo con caída de certezas, pero sin final de la historia.
Siempre nos sedujo la idea de ser contemporáneos del comienzo de una nueva era; pero esta vez todo indica que lo somos: el desarrollo exponencial de la ciencia y la tecnología han extendido las fronteras y la circulación del conocimiento, generando nuevos hábitos, nuevos deseos y nuevas formas de intercambiar bienes materiales y simbólicos.
Son muchos –y serán más– los que organizan sus vidas, intentan sus disfrutes y hacen saber sus reclamos de manera distinta a la habitual. Ya no necesitan de líderes con armadura que les digan adónde y cómo ir, sino de otros, más curiosos y humildes, que averigüen, y a su vez iluminen, cómo es ese nuevo mundo que se está modelando en un lugar distinto al habitual.
Se está modelando más en la cabeza de los Google o YouTube boys, que en la del próximo presidente de los EE.UU., aun si, como muchos deseamos, ganara Obama, que parece encarnar este nuevo tipo de liderazgo; y, entre nosotros, se está modelando en los laboratorios de biotecnología que nos están permitiendo un salto en cantidad y calidad de nuestra producción agrícola-ganadera; en los talentos innovadores de los diseñadores y artistas porteños, que explican mejor que las ventajas del tipo de cambio el aluvión de turistas extranjeros que aún siguen visitando nuestra ciudad, a pesar de los vaivenes de la coyuntura.
El líder curioso, y a la vez inspirador, que puede hacer la diferencia entre una sociedad estática y otra que se desarrolla, acepta compartir protagonismo con las multitudes que inventan nuevas prácticas sociales; con los creadores y con las tribus urbanas, que exploran y se apropian de las virtudes del uso masivo de la interconectividad; con los productores del campo y los investigadores de la ciudad que impulsan y aprovechan los avances de la biotecnología, para mencionar sólo algunas de las cosas que están modelando la nueva época.
Edificar una nación desarrollada, justa y libre será siempre una tarea colosal. La acción política, tal como muchos la concebimos, debe seguir orientada a la creación y perfeccionamiento de los mecanismos de transferencia y distribución, a todo el pueblo, de lo nuevo que se piensa, se inventa y se produce para el uso y mejoramiento de la vida de las personas. Sucede que ahora, para lograr que la palabra política vuelva a ser la inspiradora de la fuerza social multitudinaria que lo haga posible, tiene que entender y representar lo nuevo que se está haciendo y deseando.
Los bienes que producimos, consumimos o anhelamos, y los valores simbólicos que nos organizan como sociedad son muy distintos a los que producimos, intercambiamos y por los que luchamos en todo el siglo XX. Y es por eso que sus categorías de análisis no nos convencen, no nos convienen, o ambas cosas a la vez.
Saber oír las nuevas voces, e interconectarlas, es una virtud política. Lo que nosotros llamamos desorden y caos, otros, y sobre todo los más jóvenes, lo viven como natural y lo dominan sin buscar sus referencias en donde nosotros las tomábamos. Prestemos oídos a esas voces del mañana. Cambiemos de conversación.
Artículo publicado hoy en la sección Ideas de Diario Perfil.